LA DESPROPORCIÓN

La desproporción emocional es la mayor pesadilla del consultante terapéutico y la mejor arma del autoconocedor.

Básicamente, la gente accede a una consulta terapéutica porque sufre una emoción desproporcionada con respecto al estímulo que la provoca. Por ejemplo, una pérdida nos hará sufrir, pero si nos quedamos enganchados al duelo, debe ser tratada esa desproporción doliente. Un éxito nos debe alegrar, pero si nos lleva a una soberbia exhibicionista, debe ser tratada esa desproporción eufórica. Al cruzar la calle, uno debe sentir un pequeño miedo a ser atropellado  que le llevará a mirar a los dos lados antes de cruzar, pero si el miedo nos lleva a no salir de debajo de la cama mientras gemimos aterrados imaginando la posibilidad de que nos atropellen, eso debe ser tratado, pues es evidentemente desproporcional. Todo perro grande que viene corriendo hacia ti puede provocar un cierto recelo, pero si el pánico te lo provoca un yorkshire con lacitos rosas paseando de espaldas cuatro calles más allá, es que te tienes que tratar esa alteración emocional excesiva.

Por tanto, la desproporción es clave para darse cuenta de cuando estamos sintiendo lo adecuado o  cuando nuestra reacción es, digamos, neurótica. Si no nos gusta algo que le gusta a todo el mundo, es que algo pasa. Por ejemplo, si un niño no soporta los macarrones con jamón, que están bien ricos para el 99.9% de los niños, es que en su caso específico los tiene asociados a algo malo, aunque probablemente esa asociación sea inconsciente. De la misma manera, para aprender de sus desproporciones, uno puede preguntarse a sí mismo por sus excesos emocionales internos : ¿cuáles son las actitudes que más rechazamos en los demás o cuáles las cosas de la vida que más nos revuelven interiormente? Ahí hay oro en el camino del autodescubrimiento. El descubrirlas y localizar la causa original del conflicto en nuestro interior nos permitirá deshacer esos nudos y nos hará más libres.

Pero la desproporción no se queda en el tema del rechazo, sino que, al contrario, también se da en los deseos. Nosotros, como animales que somos, tenemos necesidades fisiológicas que deben ser satisfechas. Básicamente aire, calor, agua, comida, refugio y compañía. Pero cuando esas necesidades están cubiertas, llegan los deseos. Por extraño que nos pueda parecer, cualquier deseo tiene en su origen una carencia, una pérdida original que nos hizo sufrir. La pérdida original fue creada por el nacimiento del ego, que nos dejará insatisfechos y temiendo a la muerte por el resto de nuestra vida. Pero no hay que irse a algo tan abstracto, el tema de la desproporción en el deseo se ve claramente en las cosas sencillas. Cuanto mayor haya sido el dolor por la pérdida en el origen, más deseo va a crear a posteriori. Cuanto más tema yo ser de una determinada manera, más la imagen opuesta voy a intentar transmitirle a los demás. Así, si de niño fui un chico pobre humillado por mi nulo status social, de mayor voy a buscar destacar compulsivamente por mi poder económico. Si nadie me escuchaba en mi familia, querré ser oído por todos. Si no me enteraba de nada porque nadie me lo contaba, querré estar al tanto de todo lo que se cueza por ahí. Si tenía una gran carga de responsabilidad, lo que buscaré es que me dejen en paz a mi aire. Si fui abandonado, tendré un gran deseo de dependencia…

Es importante decir que, tanto en los deseos como en los rechazos desproporcionados, se puede dar la simetría opuesta a lo aparente, si la cosa va por vía inconsciente.  Es decir, si fui abandonado, puede que me dé por ser dependiente de otros o, al revés, no establecer relaciones para evitar ser abandonado; o incluso abandonar yo continuamente a mis parejas para evitar ser yo el rechazado como en el pasado. Es más, cuando las profesiones son vocacionales, suele encontrarse en el origen una carencia propia o familiar que la motiva. Eso no es algo intrínsecamente malo, al contrario: avanzamos motivados por las heridas de la vida. Quien nos mueve es la emoción. Lo que pasa es que los vericuetos que hace la psique para proteger al ego de los miedos o emociones no deseables, complica un poco la lectura del conflicto, pero un buen terapeuta o maestro sabrá sacar oro de esas desproporciones emocionales y de esas contradicciones internas.

El único problema es cuando la desproporción del deseo nos lleva a vivir casi enloquecidos: no puedo ser feliz sin ese 4X4 que veo en el anuncio, no puedo ser feliz sin el último modelo de telefonía, no encuentro sosiego si esa chica no me hace caso, vivo sin vivir en mi si mi jefe no reconoce mis talentos, vivo sometido por un régimen opresivo imaginario del que me quiero liberar, mi vida no tiene sentido si mis senos no apuntan a la luna… Hay tantas maneras de amargarse la vida como deseos o miedos desproporcionados e inflados arrastre conmigo.

Además, lo peor es que la mente puede trastocar los contenidos inconscientes y llevarme a creer que estoy buscando compulsivamente una cosa cuando, en realidad, eso mismo es lo que rechazo en mi interior;  o que odio con rabia algo que en el fondo, amo con fervor: los caminos emocionales además de desproporcionados, pueden ser simétricos, especulares, confusos, laberínticos y paradójicos. Por eso un buen terapeuta es el hilo de Ariadna que te lleva al centro del bacalao. Y en el centro del bacalao, está la paz interior.

En las relaciones personales y sociales es donde más se expresa esto de la desproporción. Pero en la pareja y en la relación con los hijos donde más. En los desprecios, las filias, las adicciones, los cabreos injustificados, las victimizaciones exageradas, las seducciones ficticias, las críticas salvajes, las ausencias castigadoras. Generalmente culparemos al otro de nuestro problema, pero en verdad no suele ser el creador, solo es el estímulo que despierta una emoción más antigua no curada y que por eso brota en desproporción.

Habitualmente, nos identificamos con lo que sentimos, ya sea miedo o anhelo, a no ser que lo que me está sucediendo no le venga bien al ego, que entonces es un problema de autoimagen. Por ejemplo, si casado me enamoro de la vecina, o si heterosexual me pone el portero de mi finca, si siendo jefe no quiero responsabilidades,  o si no soporto a uno de mis hijos. Entonces el deseo y el miedo no sólo no son proporcionales sino que son inaceptables para la idea que tengo de mi mismo. Y me asusta. Y tengo miedo de mí. Tanto en los anhelos como en las aversiones no hay ningún tipo de voluntad personal. Ambas dos son creaciones del inconsciente. Es en las profundidades desconocidas de tu psique donde se generan las filias y las fobias, aderezos del pasado sin reciclar, y sin que uno pueda decidirlas. Si pudiéramos decidir lo que nos gusta y lo que no y en qué grado, todos seríamos, sentiríamos y haríamos lo que quisiéramos, y nada más alejado de la realidad.

Por eso hay que mirarse. Conociendo los miedos y los deseos propios que estén desproporcionados, uno puede conocerse a si mismo mejor y tener una guía con la que elaborar su camino de autoconocimiento y desarrollo personal.

Cuanto sientas algo que te parece excesivo, y duela o sufras por ello, hazte dos preguntas:

1.- ¿Esto que siento es por un hecho real y confirmado o es algo imaginario que yo temo o deseo en mi mente?

Y en el caso de que sea un hecho real…

2.- ¿Es proporcional lo que siento con estímulo que lo provoca? ¿Mis amigos reaccionarían a ello con la misma intensidad que yo?

Si la respuesta a las dos preguntas es no, mejor reflexiona sobre ello y replantéate si todo ello no es algo que debería ser modificado interiormente. Estas dos preguntas te pueden dar una pista muy interesante para saber qué necesita ser modificado fuera (los hechos reales) o mirado y modificado en tu interior (las desproporciones alteradas de la emoción y sus causas).

Míralo si quieres, claro, no todo el mundo tiene como objetivo la paz y la felicidad. Algunos prefieren buscar compulsivamente la satisfacción de sus deseos desproporcionados en una vía perpetua de frustración o huir continuamente de los miedos desbocados que lo perseguirán más y más cuanto más corra.

En todo caso, no te preocupes demasiado, son las cosas del Karma, que busca afinar el instrumento con el que Dios toca la música de la vida. El instrumento, por supuesto, eres tú.

Mariano Alameda. Dic´17