EL PULPO TRANSPARENTE

La identidad es un pulpo transparente.

Es un pulpo porque se adhiere con sus ventosas a diferentes objetos internos (pensamientos, deseos, creencias) y a diferentes objetos externos (mi mujer, mis hijos, mi coche). Es transparente porque no se le ve, pero uno cree que existe. El pulpo es el “ego”, lo que uno mismo considera que es y las cosas que uno se cree que tiene. Y ese “ego” puede ser personal (yo) o colectivo (nosotros).

Asi que el pulpo no es otra cosa que un conjunto de cosas agregadas a la sensación de yo que nos da la impresión de que es algo estable y real. El pulpo se adhiere a las cosas porque cree que las necesita para creer que es alguien.

Esas cosas agregadas no son fijas, sino que van cambiando:

Por ejemplo, la profesión. Uno se cree que es futbolista, cajera o taxista, pero solo hasta que cambia de trabajo.  Cuando ha cambiado, la ventosa se despega y se pasa a la nueva profesión.

Por ejemplo, la ideología. Uno se cree que es de un partido político hasta que la fastidian tanto que la ventosa se despega y queda libre para posarse sobre una nueva ideología, o una nueva religión.

Por ejemplo, la imagen corporal. Uno se cree que es de una determinada manera hasta que pasa el tiempo y el espejo y los selfies te obligan a reconocer un nuevo cuerpo y despegas la ventosa del anterior para ponerla en el nuevo.

Por ejemplo, las propiedades. Uno mira su coche y le pone una ventosa del pulpo, hasta que el coche es vendido, entonces hay que despegar la ventosa y ponérsela al nuevo. Y podríamos seguir así con todas y cada una de las cosas con las que nos identificamos o no.

Así que el pulpo transparente va pegándose o despegándose con las ventosas. Es algo inestable, cambiante e ilusorio. Si el pulpo no es lo suficientemente estable, uno se siente perdido, caótico, arrastrado por la incertidumbre. Si el pulpo es demasiado fijo, uno se siente atrapado, rígido, frustrado, limitado.

Desde el punto de vista de la identidad relativa (no iluminada), el pulpo de la identidad tiene que ser lo suficientemente estable como para que la sensación de ser se mantenga con una cierta continuidad, y lo suficientemente dúctil como para que sea capaz de cambiar según las circunstancias, el tiempo y el espacio. Es lo que llamamos maduración.

El sufrimiento viene de cómo gestionamos las ventosas del pulpo. Si en nuestra realidad hay cosas que no nos gustan y no nos queremos identificar con ellas, nos negamos a ponerle la ventosa. Por ejemplo, no aceptamos estar gordos, no aceptamos que nuestros hijos sean así o asá, no aceptamos que nuestra novia se comporte de una determinada manera, no aceptamos esos deseos  inoportunos, no aceptamos nuestras emociones inadecuadas o no aceptamos envejecer. El sufrimiento viene de que hay una negación a aceptar eso que ya está pasando. Que no lo aceptemos no quiere decir que no esté pasando, al contrario, se hace más y más presente cuando menos lo aceptamos. De hecho, la única manera de que lo podamos cambiar es aceptándolo, poniendo la ventosa sobre ello, considerarlo como propio y responsabilizándonos. Nuestra mente tiene que integrar los aspectos rechazados para que se modifiquen, si no, cuanto más huyamos de ellos y los rechacemos, más nos perseguirán porque, inexorablemente, existen.

Hay una manera de identificación que es más dañina que las demás, que es la identificación por exclusión, es decir, como si tuviéramos una ventosa del pulpo invertida. Cuando es así, nosotros nos identificamos con lo que sea lo contrario a lo que rechazamos, sea cual sea esto. Es un nivel de aversión extremo, pues no deja paso a la mirada integradora o a la comprensión. De esa manera, uno cree ser más hombre porque rechaza todo lo que tenga que ver con la mujer, más vasco por no ser asturiano, más fuerte rechazando la vulnerabilidad o más de derechas por rechazar el comunismo. Es una identidad por exclusión, la más dañina, pues crea separación, odio, desprecio y violencia. Hace falta una gran energía para mantener negados todos esos objetos de rechazo en tu interior, y eso te hace agresivo y violento. Como son partes tuyas las que estás negando en esa identificación invertida, en el fondo, estás condenado a la frustración.

También sufrimos si nuestra identificación requiere de ser reconocida por el exterior. Es asi cuando las ventosas están pegadas a cosas que nosotros queremos o creemos ser pero el mundo externo nos dice que no, que no lo somos. Por ejemplo, cuando exigimos un reconocimiento y el otro nos lo niega. Yo quiero ser admirado y el mundo no me lo da, o nosotros queremos ser  independientes y nadie me lo reconoce o yo quiero parecer fuerte y peligroso y los demás se comportan como si no lo fuera. Entonces hay sufrimiento porque la ventosa se queda sin poder ser fijada a mi idea de mí. Esto es una necesidad de identificación infantil, como cuando éramos pequeños y después de una cabriola en el parque decíamos “mira mamá” para ver si se confirmaba, con su mirada, el talento que estabas intentando demostrar. Ya imaginas lo que pasaría si no: lucharás por ese reconocimiento de adulto o vivirás sin sentirte completo si no se produce. Si un concepto de ti mismo requiere ser reconocido por el otro, entonces es que hay una parte de ti (el otro) que no está segura de que lo seas y, además, tú mismo no estás seguro de serlo.

Otro modo de cómo entra el sufrimiento es si no sabemos despegar la ventosa de las cosas que ya no nos pertenecen. Por eso sufrimos si no despegamos la ventosa de la imagen juvenil que teníamos de nosotros, si no la despegamos de la novia que nos dejó, si no la despegamos de los éxitos que tuvimos o si no la despegamos de la persona que falleció o la profesión que se fue. Esas cosas que ya no están seguirán sin estar aunque nosotros nos empeñemos en no abrir la ventosa que nos enganchaba a ellas, y tensión de la ventosa en  ese hueco ya vacío nos dolerá. Por todo ello es tan importante la máxima espiritual que dice: “aceptar las cosas que vienen, y dejar marchar las que se van”.

¿Por qué es tan difícil aceptar lo que viene y el soltar lo que se fue? Pues porque nos obliga a cambiar de identidad, nos obliga a que el pulpo transparente esté en continuo movimiento y eso nos hace plantearnos una duda. ¿Si este pulpo tiene que estar continuamente cambiando, si todo está en continuo riesgo de mutar, si es impermanente, si parece ilusorio, entonces seguro que es real? Pues bien, esa es la piedra angular de la espiritualidad. La identidad no es real, es solo un estado progresivo de evolución personal, una integración de lo menor hacia lo mayor, una trascendencia y superación de lo anterior una vez integrado.

En realidad, ningún estado de la identidad, ninguna ventosa, es real, solo son adherencias momentáneas. El tiempo las destruye todas. Todas. Todas menos las espirituales, las permanentes, las eternas.

En esa evolución, en esa maduración, pasamos de las identificaciones menos inclusivas a las más inclusivas a medida que vamos creciendo. Primero con los instintos y el cuerpo, posteriormente con la identificación con las sensaciones y las necesidades, luego con las acciones y las posesiones, luego con las pertenencias, el grupo y la historia, luego con los pensamientos y los conceptos culturales, luego con los valores superiores, luego con el testigo inasible, luego con la realidad universal y, por último, con la realidad no dual en la que lo percibido y el percibido es el mismo y se produce la liberación y el acceso a la verdadera  identidad. Hay muchos caminos espirituales en ese intento. El cristianismo propone que el pulpo se adhiera a la totalidad de la realidad (amarás al otro como a ti mismo, este es mi cuerpo, dios está en todas las cosas, amarás a tu enemigo). El budismo propone que no pongas ventosa en cosa alguna (neti, neti: ni esto ni esto, desidentificado de cualquier objeto, se alcanza nirvana: la extinción, el vacío). Podríamos explicarlo con cada una de las tradiciones espirituales o filosóficas superiores, pues buscan llegar al mismo lugar, ese sitio donde el pulpo se ha estirado tanto que se ha extinguido o se ha retraído tanto que desapareció.  En esos estados toda identificación se ha eliminado, se ha producido la unificación: nada hay fuera de mí, nada de lo que existe me es ajeno. Entonces eres lo que no necesita identificación porque es la esencia que lo incluye todo: el presente, el espacio, la conciencia, el amor. Se ha producido la unidad que nunca se perdió. Te has encontrado.

El pulpo transparente nunca existió.

Mariano Alameda. Oct´17